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A 93 AÑOS DEL NACIMIENTO DE TATO BORES.

TATO BORES.
Durante casi 40 años fue el “Actor Cómico de la Nación”, título que nunca sería oficial pero que hacía honor a su importancia: la de hacernos reír cuando la Argentina dolía. Hoy cumpliría 93 años Tato Bores. Un tipo más bien bajo, vestido con frac, anteojos, un puro entre los dedos y una peluca despeinada. Un tipo que largaba palabras a borbotones para señalar lo que éramos. Y lo que podíamos ser.

Nació en Buenos Aires el 27 de abril de 1927 como Mauricio Borensztein. Creció en el seno de una modesta familia judía. No terminó el secundario. Fue plomo, acomodador en el Cervantes y estudió clarinete. En 1945, durante una despedida de solteros, contó chistes ante el cómico y monologuista Pepe Iglesias, quien lo convirtió en su partener en Radio Splendid.

A partir de ese día acompañó a los argentinos desde la radio, el teatro, el cine y la televisión. Si bien los monólogos fueron el eje del fundamental de su trabajo artístico, sus programas tenían musicales y sketchs desopilantes con personajes que aún hoy podemos reconocer.

El fenómeno Tato Bores

Tato expresaba lo que muchos pensaban y algunos no querían decir. Era sutil para evitar la censura. Acompañado por libretistas como Landrú, Jordán de la Cazuela, Santagio Varela y Juan Carlos Mesa, entre muchos otros, apeló al sentido común, a la memoria colectiva, al sobreentendido. Elegía las palabras justas: aquellas que más allá de su sentido primero disparaban otros, esos que incomodan, interpelan, subvierten

Su vestuario era simple, austero. El brillo, las joyas, estaban en la palabra. Palabras que iban y venían como un torrente que lo arrasaba todo. Y una vez que se detenían, que el silencio se apropiaba de ese lugar donde antes sólo había estado su voz gritona, todo había cambiado. La realidad era un sitio incómodo ante el que era difícil permanecer indiferente.

“Espere, a ver si entendí bien: ¿ustedes con los impuestos, las tarifas, los tarifazos, guadañan toda la ‘mosca’, la gente se queda sin guita, no compran dólares, el dólar baja? ¡Tato! –me dijo- aunque usted tiene cara de comentarista económico se ve que va entendiendo algo. Pero Ministro, escúcheme una cosa, la gente está más seca que galleta de campo, no solamente no puede comprar dólares sino que no pueden comprar morfi, no pueden comprar remedios, no pueden comprar pastillas, no puede comprar pilchas ni peines ni peinetas ¡Nada pueden comprar! Son pequeños detalles, Tato, me dijo mientras me regalaba una oblea que decía ‘no tengo estereo’ “, recitaba en uno de sus monólogos durante los comienzos del menemismo.

Un lenguaje potente que construía escenas imposibles, que traía personajes impensados, incluso intocables, para que la Argentina apareciera desnuda y todos nos pudiéramos mirar al espejo al menos una vez.

A rodar la vida

En 1946 Tato empezó a trabajar en “La escuelita humorística”, con Pepe Arias haciendo de “Maestro Ciruelo” y él como “El niño Igor”, personaje que luego tendría sección propia: “Las aventuras de Igor”. Sin embargo, este fue levantado del aire porque los chicos “hablaban como Igor en la escuela”.

La radio le abrió las puertas del cine. Participó en más de 20 filmes, la mayoría de ellos en los años 50 y 60. De su primera etapa se destacan “Camino al crímen” (1951, con Juan Carlos Altavista); “Mala gente” (1952, con Hilda Bernard y Walter Reyna), “Vida nocturna” (1955, con Olinda Bozán y José Marrone) e “Historia de una carta” (1957, con Angel Magaña y Julia Sandoval). Sus últimas dos películas serían en la década del 80 junto a Alberto Olmedo: “Departamento compartido” y “Amante para dos”.

Pero fue en el teatro donde Tato comenzó a diseñar esos personajes de hablar fluido y verborrágico que lo harían célebre en la televisión. Las tablas del Maipo, El Nacional y Comedia forjaron su personaje. En estas dos últimas salas, incentivado por Pepe Arias, comenzó en 1957 a hacer los monólogos que serían su marca registrada.

Unos años antes, en mayo de 1954, Tato se casó con Berta Szpindler, compañera de vida y madre de sus tres hijos: Alejandro, Sebastián (productores y libretistas en la última etapa en la TV) y Marina.

Berta también tuvo lugar en su obra. Apareció de repente en uno de sus monólogos televisivos, casi como un personaje inventado. Y allí se quedó como interlocutora, construyendo sentido común: el del espectador anónimo azorado por las crisis a repetición.

Siempre Tato

Tato llegó a la televisión en 1957. Fue en Canal 7 (hoy Televisión Pública), donde debutó con “La familia GESA se divierte”. Pero fue en “Caras y mordisquetas”, con libro de Landrú, donde aparecieron por primera vez los monólogos, el frac y la peluca.

«Con Landrú nos divertimos como locos, podíamos decir cualquier cosa. No se podía hablar de Perón ni del peronismo, pero todas las demás se las bancaban», recordó Tato en una entrevista.

La cita vale para lo que vendría después. Su relación con el poder en una Argentina que a lo largo de sus casi cuatro décadas en la televisión alternó democracia y dictadura, crisis económicas y anhelos de equidad. Con el correr de los años Tato se convirtió en un personaje frente al que ningún gobierno permanecería indiferente.

Luego del debut en Canal 7 vinieron “Tato” (Canal 9), por el que obtuvo un Martín Fierro en 1960 como mejor actor cómico; “Tato, siempre en domingo” (Canal 11), con actores de la talla de Fidel Pintos y Federico Manuel Peralta Ramos; “Por siempre Tato” (Canal 11), con libro de Jordán de la Cazuela, a quien consideró su mejor guionista y también lo acompañó en “Dígale sí a Tato” (Canal 13).

A partir de aquí comienza una extensa presencia en Canal 13, que solo se interrumpirá en 1988 con “Tato diet” (Canal 2) y en su último ciclo, “Good Show” (1993), que se emitirá por Canal 11: “Dele crédito a Tato”, con guión de Aldo Cammarota; “Tato para todos” (1978), “Tato vs Tato” (1979) y “Tato por ciento” (1981), entre otros ciclos.

Pero será en los años 90, con sus ciclos “Tato en busca de la vereda del sol”, “Tato la leyenda continúa”, “Tato de América” y “Good Show”, con sus hijos Sebastián y Alejandro como productores y guionistas que se abrió el juego al mundo de la imagen, con recursos visuales, exteriores e ideas de arte visual novedosas para el medio, sumado al fino histrionismo de Tato. Los Borenzstein interpelarán una vez más al poder y desde la pantalla con fina ironía y mayores recursos de producción, talento y creatividad recrearon satíricamente lo que estaba pasando.

La jueza Burú Budú Budía

Uno de los puntos más altos de la empatía que Tato establecía con el público se producirá en mayo de 1992, cuando la jueza federal María Servini de Cubría logró censurar un monólogo y un sketch que referían a una multa irrisoria que la Corte Suprema había impuesto a la magistrada.

La respuesta marcó un hito en la televisión argentina. Artistas, periodistas, músicos y profesionales de la radio y la TV fueron a los estudios donde se grababa “Tato de América”. Frente a las cámaras y la mirada atenta y emocionada del humorista entonaron una rima que se volvería célebre: «La jueza Barú Budú Budía / la jueza Barú Budú Budía / la jueza Barú Budú Budía es lo más grande que hay».

De aquel coro solidario participaron, entre muchos otros, Enrique Pinti, Miguel Ángel Solá, China Zorrilla, Magdalena Ruiz Guiñazú, Víctor Hugo Morales, Luis Alberto Spinetta, Gustavo Ceratti, Pappo, Juan Alberto Badía, Mario Pergolini, Mariano Grondona, César Macetti, Alejando Dolina, Soledad Silveyra y Luisina Brando.

Otro episodio de alto impacto se produjo en 1992. Tato cerraba entonces sus programas cenando fideos con un invitado. En esa ocasión fue Luis Barrionuevo, quien encarnó el espíritu de época con dos aforismos: “Hay que dejar de robar por dos años” y “En la Argentina nadie hace plata trabajando”.

El encargado de llevar la comida fue el actor Roberto Carnaghi, quien interpretaba a un inescrupuloso corrupto que llegó a fundar la Cámara Argentina de la Corrupción. Al ver a Barrionuevo, el actor se arrodilló, le besó las manos y abrazándolo gritó: “Maestro, maestro, maestro”.

Good Show

En 1993 Tato realizó su último ciclo en la televisión: “Good Show”.El ciclo se emitía una vez al mes por la pantalla de Telefé. Los problemas de salud no le permitieron seguir un año más, como tenía previsto. Un cáncer óseo le provocaba fuertes dolores y problemas para movilizarse. Falleció en Buenos Aires el 11 de enero de 1996. Tenía 68 años.

Con más de 2000 monólogos dichos detrás de un escritorio o por teléfono; recorriendo el estudio en patines o cenando fideos, ahí mismo, con presidentes y políticos; con expresión incrédula y las manos que iban y venían hasta el movimiento del “dale que va” con que cerraba los programas; como Helmut Strasse o Tato Bores, Mauricio Borensztein expresaba su mayor deseo: “Vernouth con papas fritas y good show”. Por la buena vida que el show debe continuar.

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