LUIS SANDRINI. |
“Ella fue la mujer de toda la vida y yo, tal vez, haya sido el amor de una época”, decía Tita Merello, al lado de Malvina Pastorino. “Ésta es una historia que pasó entre gente inteligente”, explicó la esposa de Sandrini, con quien tuvo dos hijas. “Venimos a que esto sea un símbolo”, graficó la Merello, y en ese fuerte apretón de manos en primer plano quedaba de manifiesto la reconciliación buscada por la diva. Atrás quedaban, aniquilados, o silenciados, los rumores de engaño, de infidelidad, de odio entre dos personajes clave de la vida del actor y cómico que murió en 1980, a los 75 años.
Doce años después, ellas, de alguna manera, le rendían tributo. “Y el que te dije está contento”, se ilusionó Tita, arrabalera como pocas.
Nacido el 22 de febrero de 1905, en el barrio de Caballito, Luis Sandrini era un tipo muy querido. No sólo por ellas dos, en cuyo encuentro televisado más de uno debe haber redimensionado su huella. Ahí estaban Tita, con quien había tenido una apasionada relación desde 1942 -se conocieron trabajando- y Malvina, con quien se casó en el verano del ‘52 y a quien los chimentos de aquel tiempo señalaban como la culpable de la ruptura.
Pero ellas, con el tiempo, se encargaron de aclarar los tantos y quitarle manchas a una figura como no hubo otra igual.
El humor de Sandrini no pudo encontrar nuevo dueño. Si bien Diego Capusotto le regaló varios guiños desde sus personajes de TV, no hubo quien se acomodara completamente en su viejo molde de cómico que sabía entretener, desde la simpleza, desde las emociones, desde el oficio bien ejercido. Su humor blanco marcó una época. Y no cualquiera. La época de oro del cine, la radio y la televisión.
Tal vez por eso no hay humor Sandrini en este siglo XXI. Pero en el XX estuvo en el podio de los mejores. Eran tiempos de estilos bien definidos, como si el nombre alcanzara para etiquetar un modo. No eran comparables, pero Sandrini cotizaba fuerte en las marquesinas de los grandes junto a cómicos como Dringue Farías, José Marrone, Pepe Arias, Adolfo Stray. Nombres que quizás no les suenen a las nuevas generaciones. Se los perdieron, una lástima.
El protagonista de esta historia se crió en San Pedro, adónde se mudó su familia. De la mano de su padre, genovés, se inició como actor de circo. A Sandrini le encantaba bautizar a sus personajes, como si, sin querer, estuviera patentando una marca. Así nació el Payaso Zanagoria, en cuyo rostro se imponía esa sonrisa inmensa de autor, que se agigantaba -con cada nueva criatura de ficción- siempre que aparecía en la pantalla grande.
Entre 1933 y 1980, año de su muerte, filmó 80 películas. Y tuvo años gloriosos de tres rodajes en menos de doce meses, como cuando en el ‘33, además de ¡Tango! (su gran debut, precisamente en la considerada primera película argentina sonora), trabajó en El hijo de papá y en Los tres berretines. O en el ‘46, cuando apiló El diablo andaba en los choclos, El diamante del Maharaja y La vida íntima de Marco Antonio y Cleopatra.
Trabajó en la Argentina, en México, en España, lo suyo nunca supo de fronteras y su trayectoria fue analizada por críticos de arte y escritores.
Entre muchas, dos de sus frases más recurrentes se antojaban como receta: “Lo mío pasa solamente por el respeto al público” y “Soy un cómico sentimental”.
Sandrini hablaba más con los gestos que con las palabras. Su rostro era una máscara flexible que podría retratar todos los estados. Seguramente una virtud genuina a la que le sacó punta en la arena circense. En su llegada a Buenos Aire, una vez que armó las valijas en San Pedro, trabajó en la carpa del Circo Rinaldi.
De pibe decía que quería enseñar y logró recibirse de maestro, aunque la vida lo llevó más por las artes escénicas que por las aulas. Ex boxeador y nadador de aguas abiertas, de a poco fue volviendo a las fuentes: llegó a trabajar como acomodador de cine. Siempre supo ganarse el mango y darle curso a la vocación, actuando donde podía. Hasta que un día de 1930, con 25 años, lo convocaron de la prestigiosa compañía de Enrique Muiño y Elías Alippi. Por aquel entonces conoció a quien luego sería su primera esposa, la actriz Chela Cordero.
Hacer un ranking de sus mejores trabajos sería caprichoso, pero en la lista de los destacados no deberían faltar Cuando los duendes cazan perdices, obra y película de donde se disparó la popularidad de la frase de “La vieja ve los colores”, El diablo andaba en los choclos, La cigarra no es un bicho, El profesor hippie (un clásico que, con los años, se volvió cine de culto), El profesor tirabombas, Don Juan Tenorio, Los chicos crecen y ¡Qué linda es mi familia!, la película de Palito Ortega que estaba terminando de rodar cuando murió.
Si bien el cine y el teatro fueron testigos de una gran cantidad de títulos, la radio fue el hogar de Felipe, tal vez su personaje más emblemático, que estrenó en El Mundo y que luego llevó a la televisión, con gran éxito. Felipe era un porteño conversador, que cuando quería meter quinta tartamudeaba. Pintoresco por donde se lo analice.
Quien lo haya visto arriba o abajo de un escenario seguramente no lo olvide. Como Osvaldo Miranda, Osvaldo Pacheco o Ernesto Bianco (también brilló en el drama), por ejemplo, Sandrini supo entretener a las familias. Y eso, en días de pandemia e incertidumbre, cómo se extraña.
Como lo extraña su propia familia. Aquí, el texto que la actriz y directora Sandra Sandrini -en un juego parental de palabras, su hermana se llama Malvina- escribió a pedido de Clarín, a 40 años de la partida de su padre.
La carta
Ser hija de Luis Sandrini me llevó a transitar muchos caminos. Quizás por intuir su pluralidad, su amplitud de mirada, su libertad interior. Siempre con el resguardo de volver a lo que más se ama y construirlo día a día desde nuestro interior.
Haberlo conocido fue no poder escapar del camino de su corazón.
Fue un hombre y un padre bondadoso y callado. No hablaba mucho de su pasado, que encerraba el haber sido constitutivo de la incipiente industria cinematográfica nacional, en los albores del cine sonoro; y haber creado un personaje que forma parte del acervo de nuestra cultura popular.
Tuve la mágica oportunidad de descubrir ese pasado y reencontrarme con él a través del documental “Sandrini” que me tocó guionar y dirigir. Experiencia que agradezco a la vida.
Conocimos con mi hermana un Sandrini más maduro que creaba éxitos en su trabajo y cuidaba su casa… Hacía muebles de madera en su taller… Arreglaba cosas… Limpiaba el jardín.
Nos enseñó con su presencia y sus pocas palabras su bondad, como una filosofía que se elige, que incluye, en la cual lo sencillo está en lo grande y lo grande en lo sencillo.
Te extrañamos tanto…
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