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A 15 AÑOS DE LA MUERTE DE TITA MERELLO.

TITA MERELLO.
La Nochebuena de 2002 fue tal vez una de las más tristes para el espectáculo argentina, ya que ese día murió una de las mujeres icónicas de la canción y la actuación nacional: Laura Ana "Tita" Merello.

Nacida el 11 de octubre de 1904 en un conventillo del barrio de San Telmo, tuvo una niñez dura. Criada en un orfanato y sin recibir educación formal, la necesidad la llevó a trabajar desde los 10 años, hasta que inició su carrera artística en la segunda década del siglo XX en los teatros de revista.

Su primer trabajo en la ciudad fue como corista en un teatro de bajo nivel de la zona portuaria, el Teatro Bataclán, palabra que se refiere a mujeres de “mal ambiente”.

Es que tal como ella confesó, sin empacho alguno, su vocación surgió, más fuertemente, por la necesidad de dejar la vida de miseria en la que estaba envuelta.

Cuando su carrera comenzaba a tomar algo de vuelo, a sus 20 años, aprendió todo lo que necesitaba para triunfar. Desde leer y escribir hasta el arte del baile, dominando su cuerpo, que siempre tuvo una gracia y un talento notable.

Se dice que había debutado en la compañía de Rosita Rodrigo -que presentaba en el teatro Avenida “Las vírgenes de Teresa”, una seguidilla de números cómicos y musicales picarescos- y que fue abucheada al entonar una canción.

Luego trabajó en locales de la calle 25 de Mayo, donde era figura Florencio Parravicini, y muchas artistas mujeres evitaban porque era una zona poco recomendable, entre antros de prostitución y marineros que llegaban desde Puerto Nuevo.

Frontal en su trato y dueña de una personalidad desbordante, se convirtió con el tiempo, a fuerza de sufrimiento, trabajo, talento y voluntad, en una artista muy respetada y querida y en un símbolo de la mujer moderna de su tiempo: independiente y comprometida con las circunstancias sociales que le tocaron vivir.

“Me costó trabajo aprender a vivir, pero aprendí a leer y a pensar por mi cuenta. Si fuera verdad que la inteligencia se desarrolla mejor cuando encuentra resistencia, yo tendría que ser la mujer más inteligente del mundo -decía con ironía-, fui resistida y resistente”.

Desde el ambiente mediocre y decadente de la zona portuaria pasó a ser una gran estrella del teatro Maipo, donde estaban los espectáculos de revista más importantes de Argentina.

Grabó su primer tango en 1929 y luego otros en los que cantó acompañada por la orquesta de Francisco Canaro. Fue autora de la letra de “Llamarada pasional”, con música de Héctor Stamponi, y de “Decime Dios, dónde estás”, musicalizada por Manuel Sucher.

Participó en el que por mucho tiempo se consideró el primer largometraje sonoro del cine argentino, “Tango”, de Luis José Moglia Barth, en 1933, justamente en el que debutaba un joven llamado Luis Sandrini, el hombre que iba a ser el amor de su vida.

Tita había sido, por oportunidades y decisión propia, una mujer de muchos amores, pero la llegada de Sandrini a su vida marcó un antes y un después: la pareja apareció en cuanta revista de chismes había durante casi 20 años y hasta que la actriz Malvina Pastorino irrumpió ante el cómico.

Actuó luego en “La fuga”, “La historia del tango”, “Morir en su ley”, “Filomena Marturano” y “Arrabalera”, en la que sobre una obra de Samuel Eichelbaum inmortalizó su frase cantada “Soy Felisa Roverano, tanto gusto, no hay de qué”.

Entre otros títulos rodaron “Los isleros”, “Guacho” y “Mercado de Abasto”, todas de Lucas Demare; “Para vestir santos”, de Leopoldo Torre Nilsson, “La morocha” y “Amorina”, ambas de Hugo del Carril, y “Los hipócritas”, una de sus tantas colaboraciones con Enrique Carreras.

Caída en desgracia por su adhesión al peronismo, con Juan Domingo Perón proscripto, Merello tuvo que mantenerse en la semi-clandestinidad, actuando humildemente en pequeños pueblos del interior para sobrevivir.

Conocida por su honestidad, a veces brutal, Merello se ganó fama de cascarrabias y hasta “colifa”. Sin embargo, ella decía: “A mí no me puede odiar nadie. Como dijo (Antonio) Porchia, ‘la verdad tiene pocos amigos, y los muy pocos amigos que tiene son suicidas. Si mis verdades han molestado a alguien, esa gente no me quiere. Pero tengo un puñadito de gente que me quiere… El pueblo tiene un olfato, si elige sabe por qué elige. Yo me considero un producto elegido y hecho por el pueblo”.

Ya mayor, era una severa consejera televisiva que urgía a las jóvenes para que se hicieran un papanicolau y periódicas revisiones para la detección temprana de un posible cáncer, algo que sólo ella podía hacer en la timorata TV de entonces.

Cuando contaba con 60 años, por problemas de salud se alejó de los escenarios, pero mantuvo su actividad en la radio, donde conducía un programa periodístico- autobiográfico, en el cual entrevistaba a personalidades del espectáculo porteño.

Casi centenaria, la llamada “Tita del Pueblo” o “Tita de Buenos Aires” se había refugiado en una habitación de la Fundación Favaloro, donde su titular era su protector y guía, pero la muerte del profesional fue un golpe demasiado fuerte para ella.

Los médicos se habían alegrado de que Tita llegase a los 98 “sin enfermedades, más allá de las típicas dolencias de la edad”, pero el tiempo pasa para todos y aquella mujer, que a muchos les sonaba eterna, no tuvo más remedio que emprender el último viaje.

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