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A 3 AÑOS DE LA MUERTE DE DANIEL RABINOVICH, INTEGRANTE DE LES LUTHIERS.

DANIEL RABINOVICH.
Tres años pasaron. Ese día, un día como hoy, el hombre que provocó tantas risas y carcajadas, generó una enorme tristeza: la noticia de la muerte de Daniel Rabinovich, a sus 71 años y por un problema cardíaco, borró todas las sonrisas.

El alma mater de Les Luthiers, junto con Marcos Mundstock, se ganó el cariño de todos aquellos anónimos que, entre el público, lo acompañaron en estas más de cuatro décadas. Cuarenta años en los que esos hombres de aspecto serio, culto y elegante, de smoking y moñito, lograron esa extraña combinación de popularidad y prestigio en dosis iguales.

Rabinovich era, sin dudas, el de mayor genio teatral del grupo; el más carismático.

Y así lo recordaremos. Según sus amigos, que lo llamaban “Neneco”, era además el más claro ejemplo de la amistad pura, de esos que dan sin recibir y que encima, siempre tenía una alegría para hacerle frente a la tristeza.

“De chico, me crié en el Palacio de los Patos, un complejo de viviendas ubicado en Ugarteche y Las Heras, en Buenos Aires, donde viví hasta los 18 años”, recordaba Rabinovich.

Allí había varios folcloristas, que me dejaban asistir a sus reuniones. Fue donde por primera vez escuché cantar a voces y tocar la guitarra”.

La música había estado presente en su hogar desde su nacimiento. Su madre había estudiado piano, y su padre –un abogado penalista que defendió a personalidades como Hugo del Carril y Tita Merello- tenía el hábito de cantar y silbar tangos.

Desde los 7 hasta los 13 años estudió violín. Tomó clases con Ljerko Spiller, Vera Graf y Enrique López Ibels. Maestros con mayúsculas.

“A partir de los 14 años, empecé a estudiar guitarra con José María de los Hoyos. Quería tocar como Ernesto Cabeza, el guitarrista de Los Chalchaleros” decía. En sus años de colegio secundario, formó un grupo folclórico que se llamó Los Amanecidos.

A los dieciocho años, mientras estudiaba Derecho en la Universidad de Buenos Aires, ingresó al coro de la facultad de Ingeniería, donde conoció a Gerardo Masana y los demás futuros integrantes de Les Luthiers. Con ellos participó en la puesta en escena de Il figlio del pirata (1964) y la Cantata Modatón (posteriormente llamada Laxatón), en 1965. Luego intervino en I Musicisti y fue uno de los cuatros integrantes que se separaron del grupo en 1967 para fundar Les Luthiers. En 1969 obtuvo el título de escribano público (notario).

En los comienzos del grupo cantaba y tocaba la guitarra y el latín (parodia del violín), aunque rápidamente fue ganando protagonismo actoral.

Ese crecimiento fue percibido por la crítica especializada, que en los años 70 lo hizo notar en sus comentarios. Un cronista de la revista Panorama lo llegó a comparar con Peter Sellers. “Leí esa nota, pero creo que fue una exageración”, decía Rabinovich.

“La transformación fue gradual. No tenía ninguna veta humorística previa. De a poco comencé a realizar algunas improvisaciones graciosas, y me salieron bien”.

Tan bien le salieron que se transformó en irremplazable.

Ese hombre de bigotes gruesos, el de la sonrisa pícara, el que con sus miles de gestos era capaz de traducir y transformar un comentario culto de los otros Luthiers en un chiste para toda la platea, será irremplazable.

Sus compañeros siguieron trajinando escenarios. Daniel siguió siendo, para todos ellos, “un amigo queridísimo, generoso y divertido”. Y para nosotros, los espectadores, ese Luthiers irremplazable, que extrañaremos y recordaremos.

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